En un mundo donde la inteligencia artificial comienza a trazar su sombra sobre la creatividad humana, la relación entre el derecho y las herramientas tecnológicas se torna un espacio fértil para la reflexión. El caso del derecho no es la excepción, y como en tantas otras disciplinas, las fronteras entre lo humano y lo artificial parecen desdibujarse con cada avance. Sin embargo, esta supuesta fusión plantea una pregunta esencial: ¿puede la IA verdaderamente replicar la creatividad humana, especialmente en un campo tan profundamente humano como el jurídico?
Esta misma inquietud fue articulada de manera magistral por el músico y poeta Nick Cave. En respuesta a una canción generada por IA en su estilo, Cave escribió: “La creatividad es, en su esencia, un acto de sufrimiento y trascendencia que proviene de nuestra fragilidad humana. No hay una existencia real en el universo de la IA. Esta no siente, no ama, no sufre, y, por ende, no crea”.
En el ámbito jurídico, la creatividad no solo implica resolver problemas, sino también empatizar con las partes, entender los matices éticos y sociales, y encontrar soluciones que respeten tanto la ley como la humanidad detrás de cada caso. Aquí, la IA puede servir como herramienta, pero nunca como reemplazo.
El abogado creativo tiene mucho en común con el artista. Mientras que un pintor combina colores para capturar una emoción y un músico ensambla notas para construir un paisaje sonoro, el jurista combina normas, hechos y argumentos para moldear una solución única a un conflicto. Pero esta labor no se reduce a seguir patrones o fórmulas; su esencia está en lo impredecible, en lo inesperado. ¿Cómo podría una máquina, que funciona bajo parámetros estrictos, emular esta chispa?
Si la IA en el derecho pretende “crear”, ¿qué ocurre con la subjetividad, esa capacidad de discernir el contexto emocional, cultural y ético de una disputa? Al igual que la canción que la IA generó para Nick Cave carecía del sufrimiento que impregna su música, los argumentos que una IA podría generar carecerían de la intuición que nace de la experiencia humana.
El derecho, como la literatura, es una narrativa en constante construcción. Como tal, su creatividad no solo responde a la lógica de las normas, sino también al tejido cultural y humano del momento histórico en el que se desarrolla. ¿Puede una máquina, incapaz de cansarse o de reflexionar, producir algo más que una solución mecanizada?
Pero lejos de rechazar la IA, debemos verla como lo que es: un apoyo, no una sustitución. Puede ayudarnos a procesar datos, a predecir tendencias jurídicas o incluso a redactar borradores. Pero la responsabilidad creativa –esa chispa que Nick Cave defiende como exclusiva de lo humano– sigue siendo nuestra.
Si permitimos que la IA asuma un papel protagónico en el derecho, corremos el riesgo de perder lo que hace que esta profesión sea profundamente humana: su capacidad para adaptarse, cuestionar y trascender. En palabras de Cave: “La IA puede impresionar con su destreza técnica, pero nunca con su alma”.
En un futuro donde la inteligencia artificial se integre cada vez más en el derecho, los juristas tendrán la responsabilidad de establecer límites claros. No se trata de evitar el progreso, sino de garantizar que este no sacrifique la esencia de nuestra labor. La creatividad jurídica no es solo un acto técnico; es una práctica ética y cultural. Es, como diría Nick Cave, un reflejo de nuestra capacidad de sentir, sufrir y superar.
El desafío no solo será tecnológico, sino también filosófico: cómo usar la IA sin perder nuestra humanidad en el proceso. Tal vez, como lo insinúa la carta de Nick Cave, el secreto esté en recordar que la verdadera creatividad, ya sea en el arte o en el derecho, nunca podrá ser codificada, porque su código es, en última instancia, nuestra vulnerabilidad compartida.

MI Y LIC. MARCO AGUSTÍN RAMÍREZ RODRÍGUEZ
Abogado fiscalista, constitucionalista y especialista en Derechos Humanos
Fundador y CEO de MR Boutique Legal
Director General de CIEJUF